Cuando Oscar Wilde afirmó que «No hay nada más difícil que no hacer nada», evidentemente no podía anticiparse a la seducción de las redes sociales o a la vorágine de enlaces web por los que podemos navegar sin pausa y sin percatarnos del tiempo transcurrido.
Procrastinar es una palabra de sílabas complicadas y de gran complejidad humana. Aunque definida formalmente como postergación voluntaria de tareas que deben atenderse, sustituyéndolas por otras francamente irrelevantes, no podemos reducirla a simple ocio. El ocio es pasivo, un dejarse llevar libremente por el día que avanza; procrastinar, en cambio, es una acción, la angustia dinámica de quien ve consumirse un tiempo reservado previamente, y no obstante, no puede reunir la voluntad suficiente para finalmente hacer lo pautado, cumplir con los deberes, ser productivo.
En una sociedad donde la productividad marca la pauta del éxito, el procrastinador es el sujeto no deseable, el empleado que no queremos en nuestras filas. Pero ¿qué hay de nuestras propias tentaciones, cuando la procrastinación nos ataca particularmente? Proponemos tres pequeños ajustes en su esquema laboral, que sin hundirle en detenidas cavilaciones, le garantizarán una mayor productividad.
- Tiempo: Inversión versus Gasto. Según Karl Marx, la productividad se expresa en el volumen de los medios de producción que un obrero, durante un tiempo dado y con la misma tensión de la fuerza de trabajo, transforma en producto. Es decir, se procura una mayor producción sin aumentar las horas de trabajo ni exigir mayores esfuerzos. La planificación de la jornada resulta especialmente provechosa en este aspecto, y pequeñas acciones como dividir el día por turnos, o planificar tareas concretas, anotándolas y jerarquizándolas, pueden ayudarnos a hacer foco en los pendientes, alejándonos de las distracciones.
- Distraerse no es lo mismo que descansar. El descanso contribuye a la concentración, debido a que el suspenso de una actividad nos obliga necesariamente a retomarla, refrescando la perspectiva y alineando la continuidad de las tareas. El descanso oxigena la mente y nos dispone a una nueva fase de trabajo. Alternar lapsos de concentración y acción laboral con breves intervalos de descanso cuidadosamente medidos, es una estrategia de comprobada mejoría productiva.
- Diferenciar entre Propósitos, Objetivos y Tareas. Regular las expectativas puede ser una tarea difícil para quien tiene los ojos puestos en la meta. Sin embargo, múltiples aforismos y refranes dejan bien claro que un maratón se compone de pasos, y que una cosa es cumplir con actividades específicas que deben completarse en un período de tiempo definido, y otra cosa son los Objetivos que las agrupan a mediano plazo. Los propósitos, por su parte, refieren a la ambición misma, cuyo tiempo de ejecución o alcance no es medible, pero que originan y le dan sentido a cada uno de nuestros objetivos.
Para terminar sólo nos resta decir que quizá lo más difícil para un procrastinador es reconocerse como tal. Ninguno de los anteriores preceptos podrá ser puesto en práctica si no se reconoce el mal hábito. Afortunadamente, un sencillo cuestionamiento hecho con constancia bastará para centrarnos: ¿lo que estamos haciendo es este momento es lo mejor que podríamos estar haciendo?
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