En lugar de proyectar a ciegas en el futuro, sin medir el peligro, siempre será mejor concentrar toda esa energía en nuestros negocios en sus condiciones actuales, haciendo todo lo posible por alcanzar el éxito antes de dar esos próximos pasos que implican tanto oportunidades como riesgos.

“Quien no arriesga, no gana” y jugárselo todo en los negocios es una marca de ambición, confianza y visión de futuro. Esto es lo que se escucha por todas partes, pensamientos a su vez reforzados por las historias exitosas de Howard Schultz (Starbucks), Mark Zuckerberg (Facebook) y Travis Kalanick (Uber), quienes alcanzaron un éxito meteórico tras haber tenido la idea de sus vidas.

 

Últimamente algo ha cambiado en lo que se espera de un empresario. Hace unos diez años, la gente que emprendía un negocio estaba emocionada por comenzar a darle concreción a una idea con el objetivo de no trabajar para otra persona sino para sí mismos. El proyecto incluía una etapa inicial de esfuerzos que posteriormente se convertiría en la posibilidad de comprar una vivienda y la garantía de pagar el colegio de los hijos.

 

Hoy el espíritu empresarial parece un deporte, una especie de competencia donde la puntuación depende de qué tan grande, qué tan rápido puedes llegar a ser, cuánta potencia se puede acumular en el menor tiempo posible. Muchos pequeños empresarios están pensando en la franquicia cuando apenas están por dar el paso de abrir una tienda física tras una buena experiencia con una tienda digital. Son los mismos que cuando ya tienen un local andando, asumen que la internacionalización es el paso lógico.

 

Frente a esta obsesión por la escala, por acortar los tiempos y expandir los mercados, las estadísticas siguen dando la razón a lo que siempre ha dictado la tradición: que los negocios levantados paso a paso, que se dan el tiempo de adaptar sus procesos y ajustar sus metas, suelen crecer más rápido y perdurar más. Los casos arriba mencionados son famosos precisamente por tratarse de excepciones.

 

El crecimiento acelerado es indudablemente atractivo, pero es una promesa que se debe a la suerte, al contexto y a factores como el genio y la oportunidad. Por muy buenos que sean nuestra propuesta de negocio y nuestro capital humano, los otros factores son difíciles de controlar cuando no fortuitos, de modo que hay ciertos estadios que por ser fundamentales, deben estar firmemente cimentados. Pensemos en el crecimiento de nuestro negocio como si de un muro se tratase: el plan inicial, el capital y los recursos cognitivos como saberes y experiencia, constituyen la base; la estructura física o local, la gente que se encargará del negocio cuando no estemos allí, la imagen corporativa entre otros, son los primeros ladrillos. El crecimiento de nuestro muro no sólo depende de la calidad de los ladrillos, sino de otros elementos de la construcción como el pegamento y la destreza del maestro que lo erige. Es decir, como gerentes debemos proveer a las personas que forman parte de nuestros negocios de cierto entrenamiento para su mejoramiento, y otras áreas como el servicio de atención al cliente, la publicidad y promoción deberán ser atendidas.

 

La ambición es buena, y siempre es aconsejable tener una visión para nuestra empresa, pero el trabajo fundamental no puede ser omitido. En lugar de proyectar a ciegas en el futuro, sin medir el peligro, siempre será mejor concentrar toda esa energía en nuestros negocios en sus condiciones actuales, haciendo todo lo posible por alcanzar el éxito antes de dar esos próximos pasos que implican tanto oportunidades como riesgos.

 

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