Decidirse e implementar un programa de mejora continua que sea eficaz y sostenible, es un trabajo duro. Requiere un esfuerzo desde diferentes flancos que incluye operaciones, recursos humanos y materiales, pero podemos simplificar el asunto en dos categorías: la operatividad, que son todas las actividades necesarias para mantener la empresa en funcionamiento; y el mejoramiento, que incluye además otras actividades que contribuyen a la permanencia de la empresa a largo plazo y con perspectivas de crecimiento. Es decir, podemos acometer el día a día haciendo los esfuerzos pertinentes para mantenernos a flote en el presente, o podemos crecer y proyectarnos en el futuro.
En la primera categoría se encuentran todas las tareas, tanto proactivas como reactivas, que se requieren cada día para cumplir con el plan, ya sea un total de servicios brindados o tasas de producción. Es un enfoque a corto plazo y probablemente el trabajo que implica sea más que suficiente para los nuevos emprendimientos. La segunda categoría no tiene el mismo sentido de urgencia que la primera, y precisamente por esto tendemos a posponerla. Refiere a los ajustes que se hacen sobre los esquemas cotidianos para hacer que las operaciones sean más eficientes, para mejorar las condiciones de trabajo, e incluso para potenciar la productividad creativa de su empresa, sin dejar de lado importantes criterios como la competitividad y la viabilidad a largo plazo.
A la mejora continua le ocurre lo que a otras implementaciones estratégicas que, a pesar de su comprobada eficacia, terminan siendo consideradas como accesorias. La falta de prioridad de la mejora continua tiene poco que ver con la metodología o las herramientas, y mucho con la percepción de que el trabajo de mejora es de importancia secundaria o distrae de otras cuestiones operacionales más urgentes.
Esta tendencia natural al estancamiento mecánico en lo que ya se conoce, representa un desafío significativo pero no imposible. Lo que se requiere es un enfoque sistemático que incorpore las actividades de mejora en la rutina cotidiana, es decir, dedicar el mismo esfuerzo de la operatividad al mejoramiento. Para que esta integración sea posible, debemos asumir e introducir un nuevo modelo mental, un cambio de paradigma en nuestra empresa que debe permearse a través de los esquemas operativos existentes, de manera que los ajustes no sean percibidos por los trabajadores como la incorporación inconexa de nuevas tareas, o sobrecarga de trabajo.
La estrategia de integración debe ser simple y tratar de responder a objetivos bien definidos y delimitados. En general, debe responder de manera simple y sucinta a las preguntas ¿Qué necesitamos hacer diferente o mejorar, para que el negocio tenga éxito?, ¿nuestro mercado está creciendo, se necesita producir más?, ¿estamos diversificando nuestra cartera de productos según el crecimiento en el mercado, según los clientes o la competencia? Aunque puedan parecer preguntas obvias y reduccionistas -en rigor, no son las únicas-, estas interrogantes permitirán hacer foco, y alinear en ejes principales tanto las actividades de operatividad como las de mejoramiento, integradas en un todo. Así, nuestra empresa seguirá bien anclada en el presente, pero proyectándose en un futuro prometedor.
Comentarios recientes